Estaba respondiendo a un comentario en otro blog, y la respuesta me ha quedado tamaño entrada. Aquí lo dejo:
De la ofensa
La ofensa es una técnica milenaria que ha adquirido una nueva dimensión desde la aparición de internet. En sus orígenes, cuando alguien ofendía se exponía a las consecuencias (duelo -con riesgo de muerte-, humillación o simplemente unas buenas hostias). El siglo XX fue una revolución para la ofensa: el duelo perdió su popularidad, por lo que el riesgo mortal disminuyó y, desde los años noventa, el ofensor encontró un método para evitar que le dejaran la cara hecha un mapa: the world wide web.
Esta guía para lograr una buena ofensa se centra en la versión más moderna de la misma, a la que mi generación se ha visto expuesta casi desde la cuna. Es, asimismo, la más sofisticada: intuitivamente, todo el mundo sabe que la mejor forma de responder a un “me cago en tu puta madre, hijo de puta” dicho en frío y a la cara, es con una buena patada en los cojones. El hecho de que la sociedad no lo considere aceptable y la reacción visceral haya ido derivándose a otras formas más delicadas de expresión oral que no incluyen (en principio) contacto físico, es una respuesta que se aprende durante la infancia. Esta respuesta se ve potenciada cuando la posibilidad de partirle los dientes al ofensor no es posible, como en el caso de internet.
El paso más importante para conseguir una buena técnica es ser ofendido. Navegue con la sensibilidad a flor de piel. Convierta cada palabra que lea en una afrenta a su honor. Así encontrará justificación para su ofensa, y es posible que hasta se gane simpatías. No hay nada mejor que ofender con un gran grupo respaldándole... ese protagonismo, ese sentimiento de importancia... ah, indescriptible.
Una vez lo haya conseguido, responda. Puede hacerlo de dos formas: enfrentándose directamente, al mismo nivel que usted considera que tiene su objetivo, o con superioridad. Atacar desde un nivel inferior (escribiendo en mayúsculas e insultando abiertamente, con faltas de ortografía) queda reservado para los trolls de la peor calaña, y usted está por encima de eso. Si ataca desde el mismo nivel y su supuesto ofensor es razonable, aún queda esperanza de que la conversación resulte en algo productivo y civilizado. Usted no quiere eso. Usted quiere vengarse, lavar su honor. Por lo tanto, es mejor que recurra al tono de superioridad.
Aunque resulte obvio, comience dejando claro que usted es superior, poseedor de la verdad absoluta (porque lo es, cojones). Continúe despreciando abiertamente a su interlocutor, pero prestando atención a las palabras: la superioridad no se muestra sólo con conocimientos, sino que también con calidad moral. Tienda siempre una mano, intentando sacar del pozo de oscuridad en el que vive a ese pobre desgraciado hacia el que dirige su ira. Sin embargo, recuerde que su superioridad depende de que él continúe siendo inferior: formule sus consejos de tal manera que sea improbable que el otro los siga. El espacio en la cima es limitado. Nunca comparta los conocimientos de los que alardea.
Sin desviarse de estos consejos, puede conseguir un comentario tan largo como desee. Cuando considere que ya ha conseguido su objetivo, despídase amablemente. El efecto será fantástico, permitiéndole volver a demostrar su superioridad y protegiéndole contra réplicas sarcásticas. Puede elegir cualquiera de estas fórmulas: “paz y amor”, “un abrazo”, “un cordial saludo”, “que le vaya bonito”, “te deseo lo mejor” o “sin acritud”.